Frío en los huesos, cántalo en la bruma hasta que la ciudad entera lo sepa y ardan las entrañas. Frío hasta en el alma. Bramen estos tambores de nocturna revuelta, de perdidos trovadores, buscando un camino a casa. Lejos, lejos quedó el páramo, sólo el diluvio y estos tambores de loca derrota, confortando un corazón, bramando a ninguna parte. Cantad. ¡Por Dios, seguid cantando! Hasta que las tripas lo griten, hasta que nuestras miradas lo giman. Ven en la noche Sam Isaac, dile a Luke que hay un sitio en casa, que perdimos la cabeza, que esto nunca fue un hogar, pero hoy nos dará calor contra el frío de la noche.
Lunes 24 de marzo, el poderoso amargor de la Guiness punza mi garganta, en algún lugar en la frontera del "Borderline" encuentro a Eva, Carole y Steve. No hay mayor calor que el de la cerveza junto a los amigos. Londres puede llegar a ser un lugar tan frío. Pero hoy no, no esta noche. Unos pocos locos nos hemos juntado por el Rock 'n' Roll y un poco de calor humano. Llegó el momento, Steve nos da su cámara de fotos y se sube al escenario, toca la trompeta en el grupo de un tal Luke Leighfield. Este loco trobador de veinte años se recorre Inglaterra junto a su colega Sam Isaac para tocar en las casas de la gente que está dispuesta a pagarle la gasolina y darle de comer. Luke se amarra a su piano y como un demonio, los dedos en llamas, baila, canta y saca todo el jugo a su instrumento. La banda es increíble. Siempre quise haber estado en Asbury Park en el 71, y ver qué era aquel huracán que dicen que fue la "E-street". de pronto esto es Asbury Park, estoy en el meollo de algo grande, y la única preocupación es disfrutarlo.
Tras Leighfield, sale a tocar su viejo compañero de fatigas Sam Isaac. George Harrison dijo una vez que Buddy Holy fue, en los cincuenta, el impulso para todos los chavales inpopulares, porque un chico enclenque y gafotas derrepente demostró ser uno de los mejores "front mans" de la historia. Sam es un chico gordito y con cara de adolescente que ha pasado muchas horas en el cuarto de baño. El público grita: ¡Wanker! Y este gordito se pone a tocar y se come a la audiencia. Pocas veces he visto tanta presencia sobre un escenario. No es comparable a nada, es un torrente de energía que agarra por dentro y zarandea hasta que los huesos, libres al fin, se entregan a la más feliz de las derrotas, quebrados por el viento.
sábado, 29 de marzo de 2008
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